Hasta hace no mucho tiempo la palabra “compromiso” me chirriaba. Tenía para mí un aroma de exigencia que no me terminaba de encajar. Sin embargo, en el ambiente empresarial en el que he desarrollado gran parte de mi carrera, esta palabra solía gustar bastante. La he escuchado en múltiples ocasiones en frases del tipo: “Queremos contar con personas comprometidas con la empresa”. Parece que suena genial, ¿no? Pues a mí me chirriaba entonces y lo sigue haciendo ahora. Lo que ocurre es que ahora tengo más claridad del porqué. Cuando oigo “personas comprometidas con la empresa” escucho en realidad “personas no comprometidas con sus necesidades” y es ahí donde me saltan las alarmas. Porque en el fondo se está haciendo un llamamiento a la insatisfacción, a la normalización de que las personas tengan sus necesidades no satisfechas. Y esta es, precisamente, la esencia del artículo que quiero escribir. Reflexionar sobre los factores que nos dan o no satisfacción como seres humanos.

Con el paso del tiempo me di cuenta de que mi problema con la palabra “compromiso” tenía que ver con que esta palabra iba unida siempre a acciones concretas y nunca a necesidades (básicamente porque por aquel entonces no tenía ni idea de lo que eran las necesidades). Yo me comprometía con la empresa, con mi equipo, con montar en bici, con ir a nadar… Y, sin saberlo, estaba haciendo todo lo posible para obtener insatisfacción en mi vida. De hecho, ahora veo claramente que la insatisfacción es sencillamente inevitable si el compromiso esta ligado a acciones y no a necesidades. Cuando me comprometo con acciones, tarde o temprano, se me va a quedar alguna necesidad por el camino y, por tanto, llegará la insatisfacción. En cambio, si mi compromiso es con necesidades, la cosa cambia. De hecho, al comprometerme con las necesidades lo que estoy consiguiendo, precisamente, es garantizar mi satisfacción. Me estoy comprometiendo con la satisfacción y estoy soltando la manera concreta en que esa satisfacción pueda llegar, es decir, la acción. Me explico:

Si, por ejemplo, me comprometo con la acción “ir en bici al trabajo” es muy probable que tarde o temprano esta acción me lleve a la insatisfacción. Sería mucho más efectivo y satisfactorio para mí comprometerme con las necesidades que yo quiero satisfacer con la acción concreta “ir en bici al trabajo”. Estas necesidades pueden ser las de movimiento, bienestar físico, seguridad económica, contribución al cuidado del planeta… Ahora bien, si un día hace mucho frío, está lloviendo y yo, debido a mi compromiso con la acción, sigo yendo en bici al trabajo, es probable que esa acción empiece a no contribuir a mis necesidades. Puedo ponerme enfermo y no contribuir así a mi necesidad de bienestar físico o tener un accidente por el suelo resbaladizo que comprometa aún más mi salud o mi seguridad económica si la bicicleta sufre algún desperfecto y necesito repararla o comprar otra. En cambio, si estoy comprometido con mis necesidades, no tendré ningún problema en dejar ese día la bici en casa y coger eventualmente el transporte público. Así seguiré cuidando del planeta, de mi economía y… ¿qué se me estaría quedando fuera ahora? ¿El movimiento y el ejercicio para mi bienestar físico? Pues el día que no utilice la bicicleta, al llegar a casa del trabajo, puedo hacer una tabla de abdominales, de flexiones, montar en bicicleta estática… Con esto ya tendría el movimiento y el ejercicio que me faltaban.

La cosa es que de esta manera mi satisfacción está garantizada, ya que mis necesidades están todas satisfechas. Y la obtengo aún renunciando a mi estrategia favorita de “ir en bici al trabajo”.

¿Cuál ha sido el coste de no hacer mi estrategia favorita en término de necesidades? Absolutamente ninguno. ¿Y cuál era el de comprometerme con mi acción favorita de ir en bici al trabajo? En función de las circunstancias, podría dejarme por el camino mi necesidad de bienestar físico y/o de seguridad económica y entrar en insatisfacción. Luego el coste de comprometerme con las necesidades es cero, mientras que, si me comprometo con las acciones, tarde o temprano tendré un coste elevado para mí en forma de insatisfacción. ¿Claridad sobre esto?

Vayamos a por el siguiente nivel. El titular de este artículo: “El amor es el norte. El amor es el camino”, no es más que un reflejo de este compromiso con las necesidades en lugar de con las acciones. Todas las necesidades humanas articuladas por Marshall Rosenberg son, en esencia, energía de amor, energía de cuidado. Luego, cuando me salgo de esta energía de amor y de cuidado, inevitablemente, me estoy dejando necesidades por el camino y estoy entrando en insatisfacción de manera más o menos consciente. ¿Qué sentido tiene entonces actuar fuera de esta energía de amor y cuidado? Francamente, ninguno. Al menos para mí. Entonces, ¿por qué actuamos mayoritariamente así como seres humanos? Tan solo se me ocurre una respuesta: porque no hemos aprendido a hacerlo de otra manera y, aunque no nos sirva, es lo que hemos aprendido desde pequeños y de generación en generación desde hace miles de años. Muchas veces se trata de la única forma que conocemos así que… ¿cómo vamos a utilizar otra?

Hace un tiempo mi compañero de CNV y amigo Dani Muxi me habló de una teoría del cómico Ignatius Farray: la teoría de “la mierda siempre gana”. El cómico argumenta que si tienes una vasija enorme de la mejor esencia del mundo y le echas un poco de mierda, es mierda. De la misma manera, si tienes una vasija enorme de mierda y le echas un poco de la mejor esencia del mundo, continúa siendo mierda. La mierda siempre gana. Desde el primer momento en que escuché esta teoría tuve claro que lo mismo aplica a la violencia. La violencia siempre gana. No hay más que ver la estructura de la inmensa mayoría de películas. Mientras van ganando “los malos”, la violencia gana. Y cuando al final ganan “los buenos”, la violencia gana. La violencia siempre está presente. Es el medio que utilizan “los malos” para alcanzar sus fines y también el medio que utilizan “los buenos” para los suyos. Una película, o un saga, que refleja bien esto es Star Wars. A los “buenos” les parece fatal que la Estrella de la Muerte destruya un planeta así que, ¿qué hacen ellos? Destruir la Estrella de la Muerte que, en esencia, es como un planeta artificial. La violencia siempre gana.

Como decía Marshall Rosenberg, el momento culminante de la gran mayoría de películas consiste en “el bueno” utilizando violencia contra “el malo”. Y esto lo aprendemos desde bien pequeños. La moraleja oculta o, más bien evidente a la vista, es que la violencia siempre gana. Que la violencia es totalmente justificable si la otra persona tiene la etiqueta de “malo”. Y es en este momento, en el momento en que justificamos la violencia (explícita o en forma de comunicación violenta), cuando salimos de la energía de amor y cuidado, es cuando dejamos algunas de nuestras necesidades a un lado e, inevitablemente, entramos en insatisfacción.

Es más. Cuando a las personas que utilizan la violencia explícita o la comunicación violenta les pongo la etiqueta de “malas” y mi intención es la de luchar contra la violencia, la de enfrentarme a la violencia, es muy probable que termine utilizando esas mismas armas contra las que quiero luchar. Es decir, que tratando de evitar la violencia, acabe fomentándola de alguna manera en lugar de contribuir a reducirla.

Este es un foco importante de mi trabajo: las personas que, queriendo contribuir a que no haya violencia (explícita o en forma de comunicación violenta) terminan utilizándola involuntariamente como medio para conseguir un fin.

Cuando el medio justifica el fin, es muy probable que esté justificando violencia y, por tanto, alejándome de mi intención de no contribuir a ella. Es sutil y trágico al mismo tiempo. Por eso este artículo se titula: “El amor es el norte. El amor es el camino”. Porque medio y fin son, en realidad, la misma cosa cuando estoy en conexión y en compromiso con mis necesidades. Porque las necesidades son, al mismo tiempo, mi fin y mi medio. Si me comprometo con esa energía de amor y de cuidado, no justificaré acciones no cuidadosas para llegar a fines cuidadosos. Simplemente, porque soy consciente de que van en el sentido opuesto. Tampoco justificaré violencia en nombre de un fin cuidadoso, porque el mero hecho de utilizarla ya me estará alejando de ese fin. No me estará ayudando a reducir la violencia, sino a incrementarla. Y seré consciente de ello. Tendré meridianamente claro que la violencia nunca resta violencia, sino que la suma. Que cuando realizo acciones no cuidadosas me alejo de mi intención de cuidado, no me acerco a ella. Sin embargo, cuando mi acción ya es cuidadosa de por sí, mi camino y mi destino se fusionan. Ya no hay viaje para mí, porque estoy de antemano allí donde quería llegar.

Si mi destino es el norte, ¿qué sentido tiene tomar una ruta que vaya hacia el sur, hacia el este o hacia el oeste?

El amor es el norte. El amor es el camino.

 

Chavi Nieto es desaprendiz de violencia y divulgador de Comunicación NoViolenta.
Es colaborador del Instituto de Comunicación No Violenta de Pilar De la Torre.
Fomenta la Comunicación No Violenta y la Justicia Restaurativa en organizaciones empresariales, centros educativos y organizaciones sin ánimo de lucro. También acompaña a familias, parejas y personas de forma individual en la conexión, expresión y escucha a través de las necesidades.

Email: chavinieto@involucracia.com

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